Antes de venir a Suecia, me pasé un montón de tardes leyendo todo lo que saliera al buscar "Malmö" en Google, y parecía estar bastante claro que no era una ciudad en la que nevara demasiado –sobre todo en la época en la que yo iba a estar– y que tendría que moverme si quería ver una ciudad con nieve. Sin embargo, el 25 de diciembre, de forma totalmente inesperada y como en una película de Navidad, miré por la ventana nada más levantarme y me encontré con todo cubierto de blanco. Probablemente, junto con un día que hizo un sol radiante después de semanas y semanas de lluvia, fue la vez que menos tardé en ducharme, vestirme, desayunar, abrazar a varios compañeros de piso (como si no acabáramos de volver de Laponia y fuera la primera vez que veíamos la nieve) y salir a la calle cámara en mano.